Una regla fundamental de la biología establece que ningún ser vivo, en sus condiciones naturales de vida, puede alimentarse sin tener que moverse para lograrlo. Todos los animales gastan cada día muchas calorías de trabajo muscular al nadar, reptar, volar, caminar o trotar para
conseguir las calorías de los alimentos. Las plantas se alimentan mediante ese movimiento que representa el crecimiento constante de sus raíces y de sus ramas. Alguna de ellas como el girasol, van encarando el sol a lo largo del día para mejor captar su luz, que es su alimento. Si miramos con un microscopio una gota de agua de un charco veremos a multitud de microorganismos que se mueven de un lado a otro, buscando el sustento, mediante sus cilios, flagelos o la simple deformación de sus cuerpos. El movimiento es una parte esencial de la alimentación de todos los seres vivos: sin movimiento no hay alimento.
Pero hay una excepción. ¿Cuál creen ustedes que es el único animal capaz de atracarse diariamente con alimentos que le proporcionan miles de calorías, sin que precise realizar el más leve movimiento para conseguirlos? Si, en efecto, han acertado: el ser humano que habita las sociedades desarrolladas y opulentas. Sin embargo, como seres vivos que somos estamos diseñados para tener que realizar algo de actividad física para conseguir los alimentos que necesitamos. Hasta en la Biblia ya se enuncia esta regla de la biología en la sentencia: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Pero los seres humanos de los países desarrollados ya no cazamos, recolectamos ni cultivamos nuestro alimento. Ni siquiera se realiza ejercicio físico en la mayor parte de las actividades laborales con las que conseguimos ganar el sueldo que nos permite adquirir los alimentos que precisamos. El trabajo muscular intenso de antaño en actividades como la agricultura o la construcción se ha sustituido por maquinas ingeniosas que nos ahorran el más pequeño esfuerzo.
A lo largo de los millones de años de evolución de la especie humana la obtención de la energía de los alimentos y el gasto de energía muscular requeridos han estado balanceados. Pero hace apenas dos siglos, con la llegada de la revolución industrial, nuestras condiciones de vida cambiaron drásticamente y nos alejamos definitivamente de nuestro diseño evolutivo. Comenzamos a ingerir una alimentación muy rica en calorías, abundante en grasas saturadas y en hidratos de carbono de absorción rápida (dulces). Además, el desarrollo de máquinas que facilitaban todas nuestras labores y de los vehículos que nos transportaban diariamente sin esfuerzo, redujo nuestro nivel de actividad física, dejó de costarnos esfuerzo conseguir nuestros alimentos. Hoy el ser humano que habita los países desarrollados se ha convertido en el único animal capaz de ingerir enormes cantidades de kilocalorías en forma de alimentos, sin gastar ni una sola kilocaloría muscular para conseguirlas. Desde la visión de la medicina evolucionista, el ejercicio que algunas personas hacemos cada día en el gimnasio o caminando o trotando por las calles, es la forma aplazada de saldar la deuda energética muscular contraída por los alimentos ingeridos a lo largo del día y que no se cazaron, ni se cultivaron, ni se recolectaron. En estas condiciones nuestros genes paleolíticos, al someterse a unas condiciones muy alejadas del diseño evolutivo, se convirtieron en promotores de enfermedad.
Así, según la Medicina Darviniana, nuestros genes y nuestras formas de vida ya no están en armonía y una de las consecuencias de esta discrepancia son las enfermedades de la opulencia (obesidad, diabetes, hipertensión, problemas cardiovasculares, demencia, etc.). La prevención y el tratamiento, según los preceptos de la medicina darviniana, pasarían por adaptar nuestra alimentación y nuestro estilo de vida, dentro de lo posible, a las condiciones en la que prosperaron nuestros antecesores. Poner en paz nuestros genes paleolíticos con nuestra forma de vida de la era espacial. Y una de las formas más eficaces para sintonizar con nuestro diseño paleolítico es movernos todos los días.
Si comemos cada día, debemos movernos a diario. Cualquier tipo de ejercicio vale. Podemos jugar al tenis o al baloncesto, montar en bicicleta normal o fija, asistir en el gimnasio a clases de aerobic, zumba o pilates. Practicar la natación, algún deporte de lucha o el futbol. Todo sirve para hacer las paces con nuestro diseño pero, sin duda, aquellas actividades físicas que más se ajustan a nuestra historia evolutiva son las que nuestros ancestros practicaron cada día desde hace millones de años; desde que nos convertimos en el único mamífero bípedo que existe: caminar, trotar y correr.
La practica diaria de cualquiera de estas actividades nos proporciona grandes beneficios para nuestra salud. Tienen grandes ventajas sobre otros tipos de ejercicio ya que se puede controlar la intensidad del esfuerzo individualmente y ajustarlo a cada circunstancia personal y no necesita de instalaciones ni instrumentos para practicarlas. La dosis diaria más beneficiosa para nuestra salud sería una hora de caminata o media hora de carrera. Durante ese tiempo de ejercicio nuestro organismo salda su deuda de contracción muscular adquirida por todo lo que hemos comido (o vamos a comer) en el día y que ni hemos cazado, ni recolectado, ni cultivado.
Si nos lo podemos permitir, una solución muy eficaz es la de caminar todos los días al menos treinta minutos a buen ritmo. Lo mejor es salir de casa, caminar quince minutos y regresar; cada semana intentaremos llegar un poco más lejos durante la primera fase de nuestra caminata. Si nos atrevemos podremos ir intercalando en nuestra marcha un par de minutos de trote lento, que iremos prolongando según nos respondan las piernas y el corazón. Si estamos fuertes o ya realizábamos ejercicio antes, podremos intentar recorrer toda la media hora diaria al trote. Con el entrenamiento llegaremos en unos meses a trotar con una cierta comodidad.
Yo recomiendo ir al médico para hacerse una revisión completa antes de ponernos a la tarea y esto por dos motivos. Por una parte así podremos descartar alguna de las pocas circunstancias que nos impedirían hacer ejercicio. Por otra parte comprobaremos, cuando repitamos la analítica al cabo de un año, cómo ha beneficiado el ejercicio físico diario a esos problemillas que nos amenazaban o que ya padecíamos.
No lo duden, háganse buenos paleolíticos o paleolíticas ¡Muévanse cada día! Con el fin de proporcionar unas normas básicas para poder trotar, correr o caminar con el máximo beneficio para nuestra salud, acabo de publicar un librito titulado “Razones para Correr” (Ediciones B). En este manual he condensado mi experiencia de muchos años como corredor y como médico investigador en temas de deporte y salud. Les puede ser de gran ayuda a aquellas personas que deseen hacer las paces con su diseño evolutivo para tener más salud y ser más felices mediante la caminata, el trote o la. carrera
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